Cuando Juan Sebastián Elcano, tras la muerte de Fernando de Magallanes en las islas Filipinas, se puso al frente de la nao Victoria, pocos habrían creído que las manos que sujetaban tenazmente el timón pertenecían al primer ser humano destinado a realizar una vuelta completa al mundo. No hay ninguna expedición, ningún hito, ninguna hazaña en la Historia de la Humanidad que antes de haber sido consumada no pareciera a todos una locura, que no suscitara previamente cuchicheos asustadizos y reprobatorios entre quienes se enteraban de las nuevas e imposibles aspiraciones. De igual modo, no hay gesta humana que, una vez lograda, no se convierta en una obsesiva repetición para miles de semejantes, en un afán de superación y perfeccionamiento que forma parte de los impulsos primordiales de la especie. Nuestra inteligencia es un concepto social, pues continúa avanzando sobre las bases de las conquistas y los resultados de nuestros antecesores. La civilización no solamente no puede ignorarse a sí misma, sino que se retroalimenta sin cesar, a veces desde territorios que no forman parte de la racionalidad y que solemos denominar el inconsciente colectivo.
La innovación, como en la proeza náutica de Elcano, se convierte en tradición ineludible en la existencia de este edificio singular. Como una pieza más de los delicados ecosistemas terrestres, el ser humano sueña una nueva urbanidad en la que el agua, el aire y el espacio se armonicen en la búsqueda de soluciones energéticas e inmobiliarias. El reto de la arquitectura es tratar de armonizar la medida del cosmos a nuestra propia respiración. Ser capaces de respirar reinterpretando la cadencia de la naturaleza. Hace treinta años, Julio Cano Lasso soñó un edificio que se mimetizara con su emplazamiento para formar parte natural del entorno. Muchos se asombraron entonces al ver la mínima huella ambiental del Edificio Elcano, su versatilidad espacial, su diálogo con el sol, el silencio y la lluvia. Hoy ya no se concibe construir de otra manera, si queremos que la actividad humana sea compatible con la vida. La innovación, como en la proeza náutica de Elcano, se convierte en tradición ineludible en la existencia de este edificio singular. Porque debemos seguir creyendo que las locuras de ayer son las soluciones de hoy y los sueños de mañana.
Cuando Juan Sebastián Elcano, tras la muerte de Fernando de Magallanes en las islas Filipinas, se puso al frente de la nao Victoria, pocos habrían creído que las manos que sujetaban tenazmente el timón pertenecían al primer ser humano destinado a realizar una vuelta completa al mundo. No hay ninguna expedición, ningún hito, ninguna hazaña en la Historia de la Humanidad que antes de haber sido consumada no pareciera a todos una locura, que no suscitara previamente cuchicheos asustadizos y reprobatorios entre quienes se enteraban de las nuevas e imposibles aspiraciones. De igual modo, no hay gesta humana que, una vez lograda, no se convierta en una obsesiva repetición para miles de semejantes, en un afán de superación y perfeccionamiento que forma parte de los impulsos primordiales de la especie. Nuestra inteligencia es un concepto social, pues continúa avanzando sobre las bases de las conquistas y los resultados de nuestros antecesores. La civilización no solamente no puede ignorarse a sí misma, sino que se retroalimenta sin cesar, a veces desde territorios que no forman parte de la racionalidad y que solemos denominar el inconsciente colectivo.
La innovación, como en la proeza náutica de Elcano, se convierte en tradición ineludible en la existencia de este edificio singular. Como una pieza más de los delicados ecosistemas terrestres, el ser humano sueña una nueva urbanidad en la que el agua, el aire y el espacio se armonicen en la búsqueda de soluciones energéticas e inmobiliarias. El reto de la arquitectura es tratar de armonizar la medida del cosmos a nuestra propia respiración. Ser capaces de respirar reinterpretando la cadencia de la naturaleza. Hace treinta años, Julio Cano Lasso soñó un edificio que se mimetizara con su emplazamiento para formar parte natural del entorno. Muchos se asombraron entonces al ver la mínima huella ambiental del Edificio Elcano, su versatilidad espacial, su diálogo con el sol, el silencio y la lluvia. Hoy ya no se concibe construir de otra manera, si queremos que la actividad humana sea compatible con la vida. La innovación, como en la proeza náutica de Elcano, se convierte en tradición ineludible en la existencia de este edificio singular. Porque debemos seguir creyendo que las locuras de ayer son las soluciones de hoy y los sueños de mañana.