A las afueras de Atenas, entre el Pireo y la Acrópolis, Epicuro instaló su escuela de filosofía en un lugar ajardinado, casi un huerto. Cerca de allí estaba la Academia fundada por Platón décadas antes. Frente a un paisaje montañoso, entre fragantes pinos, florecieron el estudio, la creatividad y el pensamiento.
No sabemos cómo era la arquitectura de estas escuelas, salvo que en el frontispicio de la platónica había una inscripción que proclamaba su amor por las matemáticas. Rafael Sanzio, en lo más esplendoroso del Renacimiento italiano, la imaginó como una gigantesca basílica, muy suntuosa, con sus techos abiertos a la bóveda celeste, y así lo pintó en el fresco La escuela de Atenas. Lo más seguro, sin embargo, es que los edificios originales no tuvieran tal grandeza vaticana, sino que fueran levantados a una escala humana, pensados para ser habitados y no para apabullar al visitante.
Tenían que ser construcciones acogedoras, cómodas, alegres y luminosas, con un diseño humilde y apegado a la tierra («humildad» viene de «humus», el suelo fértil donde germina la vida), quizá basado en el número áureo, que aparece tantas veces en la Naturaleza y que los arquitectos griegos aplicaron en algunas de sus construcciones, como el propio Partenón.
Se extiende horizontal junto al camino, igual que las academias platónica y epicúrea se instalaron al lado de las calzadas que llegaban a Atenas. Mira a las montañas, está rodeado de pinos y esplende bajo un cielo rafaelesco. Tiene, además, un aire entre basilical, con sus ábsides escalonados, y marítimo, como si fuera un simpático trasatlántico atracado en el puerto: parece aspirar a unir en sí, con naturalidad, las ideas de lo oficial y lo aventurero, evocando a la vez la Acrópolis y el Pireo, el Foro y Ostia Antica. Julio Cano Lasso defendió una arquitectura moderna con profundas raíces clásicas.
No copió las formas griegas ni romanas, pero sí evocó su espíritu racional y el canon heleno, cuya referencia era el cuerpo humano («humano», por cierto, procede igualmente de «humus»). El edificio Elcano tiene, pues, esa medida humana y parece diseñado, como las escuelas filosóficas de la Antigüedad, para reunir a los mejores talentos y favorecer que en su interior florezcan la creatividad, el trabajo y el pensamiento.
A las afueras de Atenas, entre el Pireo y la Acrópolis, Epicuro instaló su escuela de filosofía en un lugar ajardinado, casi un huerto. Cerca de allí estaba la Academia fundada por Platón décadas antes. Frente a un paisaje montañoso, entre fragantes pinos, florecieron el estudio, la creatividad y el pensamiento.
No sabemos cómo era la arquitectura de estas escuelas, salvo que en el frontispicio de la platónica había una inscripción que proclamaba su amor por las matemáticas. Rafael Sanzio, en lo más esplendoroso del Renacimiento italiano, la imaginó como una gigantesca basílica, muy suntuosa, con sus techos abiertos a la bóveda celeste, y así lo pintó en el fresco La escuela de Atenas. Lo más seguro, sin embargo, es que los edificios originales no tuvieran tal grandeza vaticana, sino que fueran levantados a una escala humana, pensados para ser habitados y no para apabullar al visitante.
Tenían que ser construcciones acogedoras, cómodas, alegres y luminosas, con un diseño humilde y apegado a la tierra («humildad» viene de «humus», el suelo fértil donde germina la vida), quizá basado en el número áureo, que aparece tantas veces en la Naturaleza y que los arquitectos griegos aplicaron en algunas de sus construcciones, como el propio Partenón.
Se extiende horizontal junto al camino, igual que las academias platónica y epicúrea se instalaron al lado de las calzadas que llegaban a Atenas. Mira a las montañas, está rodeado de pinos y esplende bajo un cielo rafaelesco. Tiene, además, un aire entre basilical, con sus ábsides escalonados, y marítimo, como si fuera un simpático trasatlántico atracado en el puerto: parece aspirar a unir en sí, con naturalidad, las ideas de lo oficial y lo aventurero, evocando a la vez la Acrópolis y el Pireo, el Foro y Ostia Antica. Julio Cano Lasso defendió una arquitectura moderna con profundas raíces clásicas.
No copió las formas griegas ni romanas, pero sí evocó su espíritu racional y el canon heleno, cuya referencia era el cuerpo humano («humano», por cierto, procede igualmente de «humus»). El edificio Elcano tiene, pues, esa medida humana y parece diseñado, como las escuelas filosóficas de la Antigüedad, para reunir a los mejores talentos y favorecer que en su interior florezcan la creatividad, el trabajo y el pensamiento.