Madrid, 1920 - 1996
ArquitectoLas primeras ideas e imágenes que vimos que había dibujado para el edificio de Nationale Nederlanden, las que salen con fuerza del corazón, y por ello, quizá, las de más valor, no tenían mucho que ver con el resultado final construido. Pero cómo se iba a convencer, en un concurso restringido en el que había holandeses en el jurado, de que se proponía un edificio pétreo cubierto de enredaderas y semienterrado en el fuerte desnivel del terreno, entre fosos de luz y agua.
Poco a poco, esas propuestas pétreas, luego de hormigón, siempre modulares, fueron emergiendo de la rasante, con cierta inspiración mendelsohniana y reminiscencias de una nave varada en el paisaje.
Y así fue presentada, allá por el año noventa, una arquitectura con dominio de la horizontalidad que iba perdiendo suavemente materia conforme descendía, según se muestra en los dibujos del concurso.
El proceso del proyecto no fue sencillo, y menos debió serlo para un arquitecto de setenta años que hubo de someterse diariamente a la disciplina de la ingeniería holandesa, que tenía, como escribió en una ocasión, –unas premisas de edificación desde una posición casi exclusivamente tecnológica. Esa postura, según sus palabras, –le confirmó el riesgo de poner en peligro otros valores que eran la esencia misma de la arquitectura; pero aceptó las circunstancias del papel de arquitecto como uno más de una compleja organización en la que no existe una clara dirección del proceso. Aún así, algún año más tarde se mostró contento con el resultado del que valoró –una construcción amable, banqueada sobre el terreno y que se asienta sobre basamentos robustos de mampostería.
Esos muros conforman las envolventes de patios labrados, surcados de canales de agua entre especies frondosas, como ecos del primer boceto.
Madrid, 1920 - 1996
ArquitectoLas primeras ideas e imágenes que vimos que había dibujado para el edificio de Nationale Nederlanden, las que salen con fuerza del corazón, y por ello, quizá, las de más valor, no tenían mucho que ver con el resultado final construido. Pero cómo se iba a convencer, en un concurso restringido en el que había holandeses en el jurado, de que se proponía un edificio pétreo cubierto de enredaderas y semienterrado en el fuerte desnivel del terreno, entre fosos de luz y agua.
Poco a poco, esas propuestas pétreas, luego de hormigón, siempre modulares, fueron emergiendo de la rasante, con cierta inspiración mendelsohniana y reminiscencias de una nave varada en el paisaje.
Y así fue presentada, allá por el año noventa, una arquitectura con dominio de la horizontalidad que iba perdiendo suavemente materia conforme descendía, según se muestra en los dibujos del concurso.
El proceso del proyecto no fue sencillo, y menos debió serlo para un arquitecto de setenta años que hubo de someterse diariamente a la disciplina de la ingeniería holandesa, que tenía, como escribió en una ocasión, –unas premisas de edificación desde una posición casi exclusivamente tecnológica. Esa postura, según sus palabras, –le confirmó el riesgo de poner en peligro otros valores que eran la esencia misma de la arquitectura; pero aceptó las circunstancias del papel de arquitecto como uno más de una compleja organización en la que no existe una clara dirección del proceso. Aún así, algún año más tarde se mostró contento con el resultado del que valoró –una construcción amable, banqueada sobre el terreno y que se asienta sobre basamentos robustos de mampostería.
Esos muros conforman las envolventes de patios labrados, surcados de canales de agua entre especies frondosas, como ecos del primer boceto.